Duatlón de Cádiz...

Uno tiene varias opciones cuando se encuentra con algo que no conoce: evitarlo o estamparte de cara con lo que sea para ver que pasa. Esta es la sensación que he tenido en mi estreno en duatlón. Con tan sólo 4 entrenos de bicicleta y haciendo transiciones me aventuraba en esta cruzada por la bahía. Tenía claro que en el tramo de bicicleta lo iba a pasar mal, ya que no tengo ritmo ninguno sobre las dos ruedas. Así pues, quería demostrarme a mí mismo cuánto podía rendir en el tramo a pie. Iba a empezar fuerte,  lo tenía claro, ya que en la bici iría lento de todas formas. Antes de comenzar, volví a sentir los nervios que uno siente en las grandes ocasiones. Como para no estar nervioso viendo todo el mundo que ha venido a verme en la salida: mis padres, mi hermana, mi cuñado, Anita, Noe, Isra, Ana, Lomo, Patri, mis bobis, Elenita y siempre tú...
Cargado de adrenalina y con deseos de tirar comienza la carrera. Los uniprendas se colocan en las posiciones privilegiadas (respeto eterno) mientras que salgo escopetado en el km más rápido que he marcado en mi vida: 3:34 min/km. Sé que no es más que una mísera marca en comparación con los cientos que iban delante mía, pero amigos...es mi mejor marca, con todo lo que ello significa. Los 5km de carrera a pie que abrían el telón de este duatlón, se convirtieron en el escenario que vió a Buyo volar a 3:49 min/km y coger la bicicleta tras 19 min y 7 seg. Comienza el sufrimiento, pero antes, levantándome de la bici aprieto fuerte para arrancar pletórico mis primeros metros.



Los siguientes 18 km fueron crueles conmigo. Me dejé todo en el intento, intenté pedalear con todas mis fuerzas, luché con el viento en contra todo el camino, incluso me llegaban a quemar los cuadriceps de la agonía muscular...pese a ello, no conseguía engancharme a ningún grupo que me pasaba, por mucho que apretara o me levantara del sillín. Fue la novatada que tuve que pagar, la impotencia de no poder marcar un ritmo competitivo. Mi consuelo es que, con todo esto asimilado a priori, rodaba 10 seg/km más bajo que en los entrenamientos realizados en estos días. La segunda fue más dura que la primera vuelta. A poco del final del tramo de bicicleta, consigo acoplarme por fin a alguien que venía más fuerte por detrás. Arrancando pedaladas que no tenía ante los ánimos de mi exclusivo público abandono las dos ruedas para volver a la carrera a pie. 

Tras recibir un amago de tarjeta amarilla en boxes ("¿No me ves que vengo asfixiado? ¿Me ves tu cara de experto en duatlón que sabe que no se puede quitar el casco uno antes de soltar la bici?"), salgo de boxes probando como van mis piernas en la transición...El resultado de mi prueba fue que me podía poner de peineta tanto mis isquios como mi gemelo izquierdos. Mis músculos no me dejan apretar, ya que la pierna amagaba constantemente con dejarme en la cuneta. Eran sólo 2km y medio. ¡Vamos Buyo! Echo la vista al frente y por delante los corredores que tenía a tiro se antojaban lejanos para la distancia que restaba. Pero 3 ó 4 más adelante diviso a un corredor que me había adelantado en el último tramo de bicicleta. "Voy muy cojo, pero aún tengo una pierna para adelantarte...". Imprimo el ritmo más alto que me permite mi pierna y la distancia se va reduciendo exponencialmente. La meta se acerca y tengo una promesa que cumplir. Dejando atrás a mi compañero de fatiga recorro los últimos metros de la prueba con mi dedo señalando a alguien cual Melendi en "La voz"...La línea imaginaria que trazaba mi dedo, pronto sintió el cálido y a la vez nervioso apretón de la mano de Elenita que me esperaba ansiosa para cruzar la línea de meta conmigo.


Al día siguiente, mientras recorro 10 km sin el agónico ritmo de la competición, y ensimismado en la palma de mi mano, va rondando por mi cabeza la idea de que a veces la recompensa del corredor no se encuentra detrás de la línea de meta, sino antes de ella...






Duatlón de Cádiz 2012 en imágenes.

















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