Toca recoger el premio...

Toca recoger el premio. Aunque suene a vender la piel del oso antes de cazarlo, no es así, pues para que me cuelguen la medalla de finisher restan aún 226 y algún que otro kilómetro en estos días. Pero el premio no es la medalla o la camiseta que te dan en meta. 

He contado ya en más de una ocasión que el premio es situarse en la línea de salida, y aunque puede sonar a excusa para no tener la presión de rendir en la prueba, la única verdad es que es la meritoria recompensa del que se atrevió en su día a lanzarse de cabeza a un reto como es un Ironman. Y llegar hasta ahí, cuesta. Créeme cuando te digo que cuesta. 

Porque hay momentos que se van en un suspiro, pero son tan intensos que te gustaría estirarlos en el tiempo para poder disfrutarlos lenta y pausadamente. Y una vez que pasan, maldices lo efímero del reloj que no te ha dado tregua para poner una pausa lo suficientemente larga como para saborearlos y prolongar esa sensación que conoces y tanto anhelas.

No sé si el Ironman se alarga lo suficiente como para poder absorberle la vida que desprende o se hace tremendamente corto como para resumir un sinfín de horas dedicadas. Y es en esa controversia donde me quiero encontrar el domingo para volver a disfrutar de ese fugaz momento de 1 segundo, 12 minutos y unas cuantas horas...


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