La escalera...

¡Ay, qué pereza! - decía mientras miraba a lo alto de la escalera.
¡Cuánto tiempo tendría que invertir en subir hasta ahí! - mascullaba a la vez que no quitaba la mirada del último escalón.


Y allí estaba yo. Una vez más aferrado a mis más íntimas circunstancias. Aquellas que me rodean cada día y reflejan ese sustento imaginario pero a la par tan palpable al que muchos llaman zona de confort. 

Para variar, antes de pensar mi pie ya se encontraba en el primer escalón, sin que mi cabeza hubiera pegado aún el pequeño giro mortal que hace que las cosas cambien y el corazón palpite.

Hoy, tras 30km y apoyado tras el portón de casa, aún no he vuelto la vista atrás, aunque lo que hay delante dé más vértigo que todo hasta ahora. Apoltronado en el penúltimo escalón y repitiéndome como un mantra su escrito, intentaré dejar que la incertidumbre se lleve el menor mérito posible para subir el que queda...



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